Casado, líder de cartón
Cuando yo era un crío, para elegir a los jugadores de los dos equipos que íbamos a pelotear en el patio del colegio nombrábamos a dos capitanes. Generalmente, a los dos mejores jugadores reconocidos por todos, ya que entonces el talento se admiraba con naturalidad. Y éstos iban eligiendo alternativamente en el grupo de amigos a los integrantes de los dos equipos que ese día nos íbamos a enfrentar. Tras un sorteo para comenzar, entre los que dejaba uno, elegía el otro. Y viceversa, de forma que la calidad se iba agotando y nadie quería ser seleccionado de los últimos. Cosa que sucedía con los menos hábiles, a los que se designaba para ocupar las porterías.
Tengo para mí que Pablo Casado era el típico chaval que era elegido de los últimos. Y miren que tiene pinta de ser un buen chico. Pero, si lo pones en tu equipo, aparenta ser una ventaja para el rival. El fiasco de las recientes elecciones autonómicas en Castilla y León, que la plana mayor del PP convocó cuando no tocaba para ganarlas por mayoría absoluta y han desembocado en un necesario acuerdo in extremis con Vox, ratifica su ausencia de talento y su manifiesta falta de liderazgo. En una época y un lugar en que hacen falta tipos con temple y arrestos, contemplando los miuras de afilada cornamenta a los que se tiene que enfrentar. Porque Sánchez, Abascal o Iglesias líderes sí que son.
Recuerden ustedes que Casado, antiguo integrante del gabinete de Aznar, se presentó -en julio de 2018- a las primarias del Partido Popular como rival de la vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría. Y el mensaje que entonces vendía el joven político palentino era la regeneración ideológica y la vuelta a las esencias del centro-derecha. Para lo que no dudó en criticar el inmovilismo de Rajoy ni en nombrar como portavoz parlamentaria a la nada tibia Cayetana Álvarez de Toledo. De entre los titulares de aquella época, les rescato el más significativo. Éste de El País: “El heredero de Aznar vence a la heredera de Rajoy con el 57% de los votos”.
Aunque el chico parecía tener personalidad y comenzó buscando un proyecto propio, pronto los barones del partido le hicieron cambiar el paso y mostrar sus verdaderas hechuras. Era demasiado joven y, lo que en política es peor, jamás había ganado unas elecciones, por lo que su proyecto inicial se empezó a resquebrajar.
Dos circunstancias más contribuyeron a su desconcierto. Una, las pésimas compañías de las que se rodeó en el sanedrín de su partido. Entregar todo el poder orgánico a un fino estratega como Teodoro García Egea es poner a pilotar el Titanic al más rudo mozo de calderas. Y éste, a su vez, se parapetó con dos subalternos de su nivel. Por un lado, el rebotado de Ciudadanos Fran Hervías, de quien, si quieren conocer sus hazañas, basta que lean el excelente libro !Vamos?, que resume la ejemplar trayectoria política de Xavier Pericay. Por otro lado, el talentoso Alberto Casero, el diputado que salvó -votando erróneamente- la reforma laboral de Pedro Sánchez, Dos tipos para dejarles un finde completo al mando del maletín nuclear. ¿Qué podía salir mal?
La segunda circunstancia que ha contribuido a dinamitar el menguado liderazgo de Pablo Casado, que parece un líder de cartón, ha sido la espectacular eclosión de Isabel Díaz Ayuso desde la presidencia de la Comunidad de Madrid. Ayuso emergió -al principio sin querer- como la antítesis de su mentor Casado: donde uno exhibía contradicciones, la otra tenía un plan; donde uno daba torpes pasos a los lados, la otra, zancadas hacia adelante; donde uno es un mar de complejos, la otra, un torrente de desparpajo; donde uno revela dudas, la otra desprende certidumbres. No es que Ayuso sea un genio, pero transmite a todo el mundo lo que al otro le falta: liderazgo, determinación y personalidad. Eso que se ve desde chavales eligiendo a tus amigos para tu equipo de fútbol.
Por eso haría bien Pablo Casado largando al Egea team y formando tándem con Ayuso. O, simplemente, dando un honorable paso al lado por el bien de España. O Vox se lo comerá.
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